Los Pilares de la Tierra

Tom estaba construyendo una casa en un gran valle, al pie de la empinada ladera de una colina y junto a un burbujeante y límpido arroyo.
Los muros alcanzaban un metro de altura y seguían subiendo rápidamente. Los dos albañiles que Tom había contratado trabajaban sin prisa aunque sin pausa de sol a sol, con sus paletas, mientras el peón que los acompañaba sudaba bajo el peso de los grandes bloques de piedra.
Alfred, el hijo de Tom, estaba mezclando argamasa, cantando en voz alta al tiempo que arrojaba paletadas de arena en un pilón. Junto a Tom había también un carpintero, que en su banco de trabajo tallaba cuidadosamente un trozo de abedul con una azuela.

Son las primeras líneas de Los Pilares de la Tierra, un clásico que hacía años que quería leer y que hoy, finalmente, he comenzado. Teniendo en cuenta sus más de 1000 páginas y mi proverbial fuerza de voluntad estoy convencido que seré capaz de acabarlo antes de que finalice la presente década

ETIQUETAS: General