Las discográficas no se enteran

La música está en crisis. Ese es el mensaje que día tras día, semana tras semana y mes tras mes repiten una y otra vez las discográficas y las entidades gestoras de los derechos de autor con la esperanza de sumar a la causa a algún despistado. Pero lo cierto es que, en contra de lo que predican, la música goza de una salud de hierro. Es más, nunca antes había sido tan popular ni había movilizado a tantos millones de personas.

Eso sí, el modelo de negocio está cambiando rápidamente. Cada vez se venden menos discos pero, en cambio, las cifras de asistentes a los conciertos en directo no paran de crecer año a año. Y lo van a seguir haciendo. El problema para los sellos musicales radica en que tradicionalmente, sus ingresos han procedido de la venta de compactos, mientras que la recaudación de las actuaciones en vivo ha ido a parar a los grupos.

La consolidación de Internet como medio de comunicación de masas, descentralizado y fuera del control de los mass media, está permitiendo que, poco a poco, los artistas noveles puedan darse a conocer entre sus potenciales seguidores sin la ayuda de las grandes discográficas. Es un fenómeno que, mucho me temo, ha cogido con el pie cambiado a las cabezas «pensantes» de la industria pero que está ahí para quedarse. De hecho, estoy convencido que cada vez va a ir a más.

La posibilidad de comunicarse directamente con el público, sin intermediarios, va a provocar un reajuste dramático para no pocos profesionales del sector que habían vivido la mar de bien durante décadas pero que se están encontrando, de la noche a la mañana, con que sus servicios ya no son necesarios. O al menos no tan necesarios, ni bien pagados, como antes.

Ante esta tesitura, y en lugar de evolucionar, de adaptarse a los tiempos que corren, las discográficas están tratando de mantener por todos los medios un modelo de negocio caduco, condenado a pasar a mejor vida más pronto que tarde. Buscan, con la inestimable ayuda de los políticos de turno y de su competente plantilla de abogados, compensar las pérdidas de ingresos por la venta de discos con nuevas e «imaginativas» fórmulas recaudatorias.

La última que se le ha ocurrido a la RIAA, una organización que aúna a los principales sellos musicales estadounidenses, ha sido enfrentarse a las radios norteamericanas y exigirles un aumento de las cuotas que les pagan por reproducir las canciones de sus artistas. Hasta ahora, las radiofórmulas debían hacer frente a unos pagos que supuestamente iban a parar a manos de los compositores de las obras, pero ahora la RIAA quiere que también abonen una cantidad, todavía por determinar, para los intérpretes.

Olvidan, o parecen hacerlo, que a pesar del auge de Internet y de los canales musicales de TV, las radios aún son una pieza fundamental para popularizar los nuevos singles que sacan al mercado. A ver cómo les sale esta jugada, pero en todo caso no acabo de ver claro que, en lugar de mimar a uno de sus baluartes más preciados, opten por morder la mano que les da de comer.

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