La ciencia en España no necesita tijeras

La semana pasada, el gobierno presentó en el Congreso el proyecto de Presupuestos Generales del Estado para el 2010, en el que se observa una disminución del 3,1% de la partida destinada a I+D+i y un recorte del 15% de los fondos que debían ir a parar a los organismos públicos de investigación (OPI), entre los que se encuentran centros emblemáticos como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat), el Instituto Español de Oceanografía (IEO), el Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA) o el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC).

La situación es inquietante. Estamos cansados de ver cómo políticos de todos los pelajes y condiciones, ya sea en el transcurso de las campañas electorales, en los debates parlamentarios o en actos de partido, dedican frases grandilocuentes a hablar y no parar sobre la necesidad de impulsar un cambio productivo, a dejar de lado el ladrillo y a apostar en firme por la ciencia, la tecnología y la investigación.

Pero cuando llega la hora de demostrar con hechos que realmente se creen lo que dicen, que verdaderamente tienen la intención de cambiar de modelo, una y mil veces nos llevamos el chasco. Son especialistas en recitar de carrerilla los ampulosos discursos que les preparan sus asesores aun cuando no los entienden. Ni falta que les hace.

No es necesario ser un doctor en ciencias económicas para darse cuenta de que fundamentar una economía en el tocho es un mal negocio. Si, como algún que otro político afirmaba no hace tanto, se quiere superar en renta per cápita a Alemania, es fundamental ser al menos igual de buenos que ellos; igual o más productivos; igual o más innovadores.

No tengo ni idea de economía, pero me da a mí que al paso que vamos tardaremos siglos en siquiera acercarnos a ellos. Y si a las primeras de cambio optamos por reducir el presupuesto destinado a campos básicos como la ciencia y la investigación, puede que no sean siglos sino milenios.

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