
El anhelo de volar, de surcar los aires, de observar la tierra desde el cielo, ha estado presente en la humanidad desde hace miles de años. Ya en la mitología griega aparecía Dédalo, un arquitecto y artesano que fabricó unas alas para él y su hijo Ícaro con las que consiguieron escapar de la prisión en la que el rey Minos los había confinado.
Más adelante, en los siglos IX y XI, el filósofo, físico y astrónomo Abbás Ibn Firnás y el monje Eilmer de Malmesbury construyeron sendos aparatos dotados de alas con los que trataron de elevarse por encima de las cabezas de sus congéneres. Tanto el uno como el otro acabaron estrellándose contra el suelo y sufriendo en sus carnes y su espíritu el dolor de la derrota.
No fue hasta 1485 cuando Leonardo da Vinci comenzó a estudiar el vuelo de los pájaros y determinó que el ser humano era demasiado pesado como para volar usando unas alas acopladas a sus brazos, por lo que años después propuso un artefacto en el que el piloto movería dichas extremidades artificiales mediante un sistema de pedales y poleas.
Desde entonces han sido muchos los que han intentado volar con artefactos que se sustentasen en el aire mediante el movimiento de sus alas y muy pocos los que lo han conseguido.
El que más lejos ha llegado ha sido Todd Reichert, un estudiante del Instituto de Estudios Aerospaciales de la Universidad de Toronto, que hace unas semanas recorrió la mayor distancia nunca lograda con este tipo de aparatos, dejándola en 145 metros.
Para conseguirlo, hizo uso de Snowbird, una aeronave fabricada con fibra de carbono y madera de balsa que pesa únicamente 42 Kg a pesar de tener una envergadura total de 32 metros, casi la misma de un Boeing 737. Por si eso fuera poco, Reichert se sometió a una estricta dieta con la que perdió 8 Kg para aligerar aún más si cabe el peso del conjunto.
Con estos mimbres encima de la mesa, el piloto y su equipo se dirigieron a un pequeño aeródromo cercano a Toronto y, con la ayuda de un coche, impulsaron a Snowbird hasta que se elevó unos metros sobre el nivel del suelo. Fue entonces cuando comenzó a batir sus enormes alas imitando el movimiento de los pájaros y se mantuvo 19,3 segundos en el aire, tiempo en el que recorrió los referidos 145 metros a una velocidad media de 25,6 kilómetros por hora.
Aquí tenéis el vídeo que da fe de cuanto ocurrió ese día: