Antes del lanzamiento de Xbox 360, no cabe duda que en Microsoft han analizado concienzudamente los motivos que han llevado a PlayStation 2 a convertirse en la consola con más éxito de la historia y las conclusiones han sido claras: salió al mercado antes que Xbox y GameCube, lo que provocó que se hiciera con el favor de un público ansioso por jubilar a sus PlayStation, Nintendo 64 o Sega Saturn; ha contado con un amplísimo catálogo de juegos, muy superior al del resto de dispositivos; Sony no ha reparado en gastos a la hora de lanzar sorprendentes e innovadoras campañas publicitarias de PlayStatation 2 y en patrocinador acontecimientos deportivos de alcance mundial; por último, y no menos importante, el público japonés ha dado su apoyo incondicional a la consola en detrimento de Xbox.
Parece evidente que en los cuarteles generales de Microsoft han aprendido la lección y han lanzado la nueva Xbox 360 antes que nadie, están decididos a dotarla de un gran abanico de títulos jugables, están invirtiendo grandes sumas de dinero en publicidad y han llevado con gran mimo la llegada de su consola de nueva generación a tierras niponas (se ha empezado a vender allí este fin de semana).
Pero a pesar del esmero con que han planteado el desembarco de Xbox 360 en Japón, los primeros datos hechos públicos reflejan que las ventas se han situado muy por debajo de las previsiones de Microsoft.
A diferencia de lo ocurrido en Estados Unidos y Europa, donde se produjeron grandes colas en los comercios para hacerse con una Xbox 360 y en pocas horas se agotaron las existencias en muchas tiendas, los japoneses han recibido con frialdad a la consola. Y eso ha sorprendido negativamente a Microsoft, que en los últimos meses ha llegado a acuerdos multimillonarios con desarrolladoras de juegos niponas como Square Enix para llevar Final Fantasy XI, todo un fenómeno de masas entre los aficionados del sol naciente, a su Xbox 360.
Pero con lo que no contaban Bill Gates y compañía es con el profundo sentimiento proteccionista de los consumidores japoneses, que prefieren adquirir productos fabricados en su país, como es el caso de las consolas de Sony y Nintendo, en detrimento de dispositivos creados allende de sus fronteras.