Abadía cumple 7 años

Hace mucho, mucho tiempo, en un planeta muy lejano del que hoy no quedan sino vagos recuerdos de su existencia, hubo un reino llamado Internet. Fundado por un joven y bondadoso mago llamado Tim Berners-Lee, pronto cayó bajo el yugo asfixiante de Microsoft y Yahoo, dos reinos rivales que se disputaban la supremacía del territorio y que hacían la vida imposible a sus habitantes.

El rey Microsoft, a quien gustaban mucho las ventanas, exigía el pago continuo e incesante de yelmos diezmos a sus súbditos a cambio de dejarles labrar unos campos en mal estado, improductivos y repletos de gusanos que arruinaban las cosechas. Su afán recaudatorio no tenía fin. Por si eso fuera poco, las fronteras eran un coladero y raro era el día en que no sufrían ataques de otros pueblos que se divertían a su costa.

En Yahoolandia las cosas no iban mucho mejor. El monarca no pedía dinero a los pobres campesinos, pero en cambio los martirizaba con su inoperancia, su vagancia extrema y su gusto por lo arcaico. No construía caminos, ni pozos, no equipaba a sus ejércitos con armas y se limitaba a contemplar el paisaje mientras el condado quedaba irremediablemente atrasado y expuesto a los ataques del enemigo.

Por aquellos tiempos, sólo unos cuantos bandoleros se atrevían a poner en duda el poder omnipotente de ambos reinos. Portaban la efigie de un pingüino, pero eran pocos, mal avenidos y no sabían transmitir sus ideales a la plebe. Deseaban acabar con los sátrapas en el poder, pero no provocaban más que indiferencia y hasta las gracias de los pobres que preferían la falsa sensación de seguridad que les provocaba el contemplar el mundo a través de las ventanas que el rey Microsoft ordenaba fabricar.

Pero héte aquí que un día apareció un joven alto, guaperas y con un discurso renovador que prometió a las masas que acabaría con el poder establecido y repartiría la riqueza entre los más pobres. Se llamaba Sir Google y juraba y perjuraba que nunca sería malo. Los campesinos, hartos de ser utilizados durante siglos, lo siguieron con los ojos cerrados, cogieron sus azadas y se encaminaron a los palacios donde reposaban sus majestades. En poco tiempo vencieron la resistencia de los famélicos ejércitos que los protegían y a los monarcas no les quedó más remedio que huir a otras tierras con la cola bajo las piernas.

Sir Google ascendió al trono y rápidamente se ganó las simpatías de la mayoría. Mejoró y señalizó los caminos para facilitar las comunicaciones entre los distintos pueblos y además comenzó a regalar unas dádivas llamadas AdSense. Las cosas fueron muy bien al principio, pero con el paso del tiempo, y a medida que iba atesorando más y más poder, modificó su forma de ser.

La comida que inicialmente repartía en grandes cantidades prontó dejó de ser tan abundante. Y siguió disminuyendo y disminuyendo a la par que el rey se hacía cada vez más y más rico. La situación llegó a un extremo tal que algunos propietarios de pequeñas tierras empezaron a estar hasta los mismísimos coj… de la forma en que guiaba los destinos del mundo.

En esos tiempos aciagos, en una pequeña aldea irreductible, la esperanza asomó la cabeza. Fruto de la divina providencia, un día nació un bebé precioso con los rasgos que la profecía indicaba que tendría la persona que salvaría al mundo de los males que lo acechaban. Su llegada había sido predicha por los brujos, que fieles a la costumbre de la época, vestían mangas verdes. La alegría impregnó por completo el pueblo, que se llenó de kuriosos deseosos de contemplar el cercano advenimiento. Inmersos en tanta desdicha, supuso un fogonazo de esperanza para los más desfavorecidos.

A la puerta de la choza un perro tumbado meneaba la cola. Dentro, la primeriza madre meditaba cómo iba a llamar a la niña. No podía ser un nombre cualquiera, y ella lo sabía. Finalmente, tomó una decisión: se llamaría Abadía porque al ser una palabra que empezaba por las 2 primeras letras del abecedario aparecería listada en las primeras posiciones dentro de las páginas de enlaces que por aquél entonces tenía pensado utilizar para publicitarse porque era una palabra que transmitía la misma pureza de espíritu que iba a guiar su entera existencia.

Aquel día pasó a la historia. Claro que, desgraciadamente, no lo hizo por los motivos que todos creían y querían. Horas después del nacimiento, los brujos revisaron las santas escrituras y comprobaron, para desdicha de unos y otros, que habían cometido un trágico error. La niña no era la elegida. Bajo su todavía escaso cuero cabelludo tenía unas franjas amarillas y rojas, y todo el mundo sabe, Hollywood así lo indica siempre, que los colores debían ser el rojo, el azul y el blanco.

La incesante algarabía que había tomado el poblado se transformó en tragedia cuando hicieron saber su decisión a la multitud. Abadía sería una más, ni mejor ni peor, como el resto de habitantes de la zona. Algunos se negaron al principio a aceptar la cruda realidad, pero poco a poco se fueron haciendo a la idea.

Quisieran o no, deberían esperar unos años más para que apareciera, finalmente, la elegida. En cualquier caso, pocos olvidaron el día en que nació Abadía: un 30 de julio de 2002. Hoy hace 7 exactamente años de ello.

Total, que toda esta parrafada la he escrito para haceros saber que Abadía -la página- cumple hoy 7 añitos de vida.

Venga, FELICITADME sonrisa

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