Cómo la muerte de un tirano sumió en la desesperación a todo un país

El 8 de julio de 1994, un ataque al corazón se llevó por delante a Kim Il Sung, uno de los mayores déspotas de la segunda mitad del siglo XX. Nacido en la localidad de Mangyondae en 1912, accedió a la presidencia de Corea del Norte en 1972, cargo en el que se mantuvo hasta el mismo día de su muerte, cuando fue sucedido por el psicópata de su hijo, Kim Jong Il.

Bajo su mandato la economía del país se despeñó, lo aisló del exterior excepción hecha de limitadas transacciones económicas con China, Rusia, Vietnam y Cuba, destinó enormes partidas a gasto militar, diseñó una política agraria ineficiente e incapaz de alimentar a una población que sufría frecuentes episodios de hambruna y puso en marchas purgas contra los pobres desgraciados que se atrevieron a poner en duda alguna de sus decisiones.

Por si ello no fuera suficiente, cultivó un culto exacerbado hacia su persona e inundó las calles, plazas, edificios públicos e incluso los campos de arroz de retratos suyos, acompañados de soflamas que ensalzaban su figura y que se repetían día tras día, machaconamente, en los medios de comunicación del régimen, los únicos existentes.

La combinación de represión, falta de contacto con el exterior y adoctrinamiento constante desde edades muy tempranas hicieron de él una especie de divinidad para la población, la misma que padecía sus paranoias, sus delirios de grandeza y su tiranía.

Tan es así que a su muerte las muestras de dolor, de incontrolable angustia se sucedieron por todos los rincones del país. El ser omnipotente y benévolo que todo lo sabía y todo lo podía había fenecido. La desolación era absoluta. Niños y mayores lloraron y gritaron de desesperación durante días. Hasta un punto difícil de creer. Mirad sino estos vídeos grabados por la televisión estatal horas después de que muriera Kim Il Sung. Es alucinante:

Dado el estado de terror imperante por aquél entonces, nadie con un mínimo de aprecio por su vida se iba a atrever a mostrar ni una pizca de júbilo ante las cámaras. Pero de ahí a las muestras de dolor exageradas que se pueden contemplar en los vídeos media un abismo. Personalmente, me han dejado estupefacto.

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