El señor de las hienas

Abdullahi Ahmadu no ha tenido una vida fácil. Superada ya la treintena, lleva casi 20 años entrenando hienas para utilizarlas como reclamo en los espectáculos callejeros que organiza junto con sus hermanos y que tienen como objetivo primordial vender a los transeúntes que se agolpan a su alrededor en las polvorientas calles nigerianas las pócimas y conjuros tradicionales que ellos mismos preparan.

Hace generaciones que su familia captura animales salvajes y los emplea para atraer las miradas y las monedas de los habitantes de los pueblos y ciudades que visitan. Desde entonces, las hienas, las gigantescas pitones de Seba y los babuinos los acompañan allá donde van, ya sea atados o en jaulas.

Además de elaborar brebajes y ungüentos sanadores, también venden animales salvajes cuando algún cliente, ya sea particular o incluso zoológicos de Nigeria, Camerún, Burkina Faso o Benín, lo solicitan. Por una hiena adulta sacan 150.000 nairas (unos 680 euros al cambio), mientras que por un cachorro más fácilmente domesticable pueden llegar a ganar hasta 250.000 nairas (unos 1.100 euros).

Con tranquilidad y buenas maneras en ocasiones y recurriendo a métodos brutales en muchas otras, Ahmadu lleva desde que era sólo un adolescente domesticando hienas y recibiendo dentalladas de estos carnívoros de potentes mandíbulas que han ido cubriendo su cuerpo de cicatrices.

Contaba con sólo 15 años cuando se unió al negocio familiar. Tras tomar una poción para protegerse de los espíritus de las hienas y untar su cuerpo con hierbas a las que la tradición local confiere poderes mágicos, se dirigió al norte de Nigeria acompañado de un grupo de perros que le guiaron hasta un cubil en el que se refugiaba una manada de hienas para capturar un ejemplar que le permitiera participar en las funciones itinerantes de sus clan.

Han pasado muchos años desde esa expedición iniciática, a la que han seguido otras que le han servido para ampliar el número de hienas a su disposición y para sustituir a las que por enfermedad, edad o malos tratos han ido pereciendo.

Despojado de la arrogancia y la vitalidad de su juventud y con una mujer e hijos a su cargo, Ahmadu tiene claro que mientras el cuerpo aguante y la salud se lo permita seguirá yendo de pueblo en pueblo ofreciendo a sus asombrados habitantes la posibilidad de contemplar, desde sólo unos metros de distancia, a las infelices fieras que ha arrancado de su hábitat natural y ha condenado a una vida de frustración e infelicidad para poder subsistir y dar de comer a sus retoños.

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