El día que el paraíso se convirtió en un infierno

Sus kilométricas playas trufadas de palmeras, aguas cristalinas repletas de vida submarina, fondos coralinos y laguna interior confieren al Atolón Bikini un aspecto idílico. Tanto que la UNESCO ha inscrito a este enclave de Micronesia conformado por 23 pequeñas islas como Patrimonio de la Humanidad. Pero a pesar de sus innegables atributos y gran belleza natural, permanece deshabitado desde 1946.

Las altas dosis de radioactividad ambiental imposibilitan que nadie viva allí. Un estudio realizado por el Organismo Internacional de Energía Atómica establece que residir en el atolón y consumir fruta y pescado de sus costas implicaría la absorción de dosis de 15 mSv al año, 6 veces más de lo que se considera saludable.

No es un hecho casual. Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos se hizo con el control administrativo de este pequeño territorio y, dada su remota ubicación y la escasa población que lo habitaba, lo convirtió en su base de operaciones predilecta para probar la efectividad de las nuevas bombas atómicas que diseñaban sus científicos.

La primera se lanzó el 1 de julio de 1946 como parte de la Operación Crossroads, una serie de pruebas nucleares organizadas por los mandos militares de la época para constatar los efectos que estas armas ocasionaban en los buques de guerra y hasta qué punto estos podían resistir, siquiera de manera temporal y hasta que la radiación hiciera inviable la presencia de sus militares a bordo, el embite de explosiones cercanas de un calibre tan colosal.

A tal efecto, deplazaron hasta la zona 95 barcos, entre los que incluyeron 4 acorazados, 2 portaaviones, 2 cruceros, 11 destructores y 8 submarinos que iban a ser retirados del servicio activo, así como diversas embarcaciones alemanas y japonesas que habían capturado durante la Segunda Guerra Mundial.

Las virulentas deflagraciones que se sucedieron a partir de esa fecha hundieron a muchos de ellos, que desde entonces descansan bajo sus tranquilas aguas y atraen a buceadores ocasionales que se acercan al Atolón Bikini con la recomendación explícita de que no ingieran alimentos locales bajo ningún concepto.

Entre 1946 y 1958 se llevaron a cabo hasta 23 pruebas con material radioactivo que lo contaminaron todo y provocaron desastres medioambientales continuos. El más sonado fue el de la bomba Castle Bravo, que tras ser detonada liberó una energía de 15 megatones de TNT, hasta 2,5 veces más de lo que esperaban en las filas norteamericanas debido a un error que cometieron sus diseñadores en el Laboratorio Nacional de Los Álamos.

La magnitud de la explosión, combinada con los fuertes vientos que soplaban en la zona aquellos días, elevó la severidad de la catástrofe al expandir la lluvia radioactiva hasta los atolones vecinos de Rongelap y Rongerik. A pesar de que sus habitantes fueron evacuados los días posteriores, un número significativo de sus descendientes sufrieron malformaciones congénitas como consecuencia de la radiación a la que se vieron expuestos sus progenitores.

No fueron los únicos en padecer la presencia de los militares estadounidenses en la zona. Meses antes de comenzar los ensayos, los 167 residentes de Bikini fueron desplazados al vecino e inhabitado Atolón Rongerik. La intención era que no se vieran expuestos a la radiación nuclear, pero lo que no se tomó en consideración fue que si en esas islas no vivía nadie era porque de sus tierras y costas no se podía extraer el suficiente alimento como para mantener a una comunidad de familias de manera estable.

En julio de 1947, cuando apenas si había transcurrido poco más de un año desde que se decidió su trasladado, presentaban signos evidentes de malnutrición y la situación, lejos de mejorar, siguió empeorando los meses siguientes hasta el punto de que en marzo de 1948 se decidió su traslado hasta el Atolón Kwajalein una vez se constató la pérdida masiva de peso y el estado demacrado en el que se encontraban.

Su calvario no acabó aquí, ya que en noviembre de ese mismo año fueron desplazados una vez más, en esta ocasión al Atolón Kili, también deshabitado hasta ese momento. Con sólo 0,93 km2 de superficie y sin laguna interior como en Bikini, se vieron imposibilitados para practicar su pesca tradicional y desde entonces han dependido de la llegada de alimentos en barcos para subsistir. Algunos de ellos trataron en 1974 de volver a establecerse en Bikini, pero tan solo 4 años más tarde tuvieron que ser evacuados ante los problemas de salud que presentaban derivados de la radioactividad presente en la comida.

Desde entonces, y ante la constatación refrendada por los informes negativos que ha realizado el Organismo Internacional de Energía Atómica de que durante muchos años la presencia humana de manera permanente será inviable a no ser que se establezca una vía de importación continua de alimentos no contaminados, no se han producido nuevos intentos de asentarse en un emplazamiento que hace poco más de 60 años era un paraíso pero que ahora, fruto del obsceno uso de las armas nucleares, se ha convertido en un infierno incompatible con la vida humana.

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