El ave de mayor tamaño que ha surcado jamás los aires

Hace 6 millones de años, en lo que hoy en día es Argentina, vivió un ave ciconiforme de la familia Teratornithidae de unas proporciones colosales: el Argentavis. De aspecto similar al de los actuales cóndores, tenía el tamaño de una avioneta y su peso era próximo al de un ser humano adulto.

Considerada el ave de mayor tamaño que ha poblado jamás la Tierra, sus alas tenían una envergadura de 7 metros de punta a punta, poseía plumas de hasta 1 metro de longitud, una altura de entre 1,7 y 2 metros, un cráneo de 55 centímetros de largo, una carga alar de 84.6 N/m² y un peso cercano a los 70 Kg.

En el Mioceno Superior, y hasta que se extinguió hace aproximadamente 5 millones de años, fue el soberano absoluto de los cielos de la llanura chacopampeana y las planicies de la Patagonia. Le sobraban razones para ello: a modo comparativo, basta con señalar que el albatros, la mayor ave voladora de la actualidad, tiene una envergadura de 3,5 metros, mientras que la más pesada, la avutarda, da 18 Kg en la báscula.

Argentavis

Debido precisamente a sus descomunales proporciones, los científicos se preguntaron durante mucho tiempo si un ser tan enorme pudo alzar el vuelo. La respuesta definitiva no llegó hasta hace apenas 5 años, cuando unos análisis computerizados demostraron que, tal y como se sospechaba, el Argentavis dominó sus vastos territorios de Sudámerica desde los aires.

Los modelos matemáticos pusieron de manifiesto, eso sí, que sus músculos podían generar una potencia máxima de 170 W, lejos de los 600 W que hubiese necesitado para volar batiendo sus alas a imagen y semejanza de como lo hacen la mayoría de los pájaros actuales.

Así pues, ¿cómo alzaba el vuelo? Dos son las hipótesis que parecen más plausibles a día de hoy: o bien realizando carreras cortas contra el viento con las alas extendidas o lanzándose desde riscos elevados. Una vez en el aire, aprovechaba las columnas de corrientes térmicas ascendentes para planear hasta altitudes de hasta 2.000 metros sin tener que agitar las alas y a continuación efectuaba un vuelo libre trazando grandes círculos y alcanzando velocidades de planeo que podían superar los 200 Km/h.

Pero a pesar de sus gigantescas dimensiones, se cree que el Argentavis no fue un cazador, sino un carroñero que se alimentaba de las presas que abatían otros animales de la época como los tilacosmílidos, a los que ahuyentaba con su amenazadora presencia.

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